En el último tercio del siglo XIV
se constituyó en España, bajo la dirección del reino de Castilla, una poderosa
monarquía que muy pronto ocupó una posición de primer orden en Europa. Dicho
progreso debió mucho a la personalidad y a las iniciativas de aquélla que
pasado a la Historia con el nombre de Isabel la Católica. Cuatro
fechas jalonaron esa evolución:
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1468: la infanta Isabel fue
declarada heredera de la Corona de Castilla;
-
1469: Isabel contrajo matrimonio con el
príncipe Fernando, rey de Sicilia, hijo y heredero del rey Juan II de Aragón;
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1474: a la muerte del rey Enrique IV,
Isabel se proclamó reina de Castilla;
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1479: el príncipe Fernando sucedió a su
padre como rey de Aragón; dos de los tres conjuntos políticos de la península
ibérica se encontraron en adelante reunidos bajo el mismo cetro; permaneció
aislado el reino de Portugal.
Para llegar a ese resultado,
Isabel sola primero, y luego junto a su marido, debió librar diez años de
combates contra adversarios del interior – aquéllos que contestaban sus
derechos en Castilla – y del exterior – Portugal, que hostigó la formación en
bloque Castilla-Aragón de intenciones hegemónicas. Una guerra de sucesión – una
guerra civil a la par que una invasión extranjera –, ése fue el precio que
debieron pagar los futuros Reyes Católicos para acceder al poder. Dicha crisis
planteó tres tipos de problemas:
-
Un problema dinástico: ¿a quién
correspondía en derecho la Corona de Castilla?
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Un problema político: ¿quién ocuparía el
primer lugar en el reino, el poder real o las facciones nobiliarias?
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Un problema diplomático: ¿cómo preservar
el equilibrio de la península ibérica y convencer a Portugal de que la nueva
monarquía no iba contra él?
(Introducción capítulo 1, Isabel
la Católica, ¿un modelo de cristiandad?, Joseph Pérez, Almed, 2007)
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