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martes, 30 de agosto de 2011

El Cairo



“Madre del mundo, jardín del universo, lugar de encuentro de los pueblos, hormiguero humano, pórtico del Islam, sede del poder, donde proliferan innumerables palacios y florecen madrasas y mezquitas. La ciudad se extiende por los bordes del Nilo, riberas del paraíso. He recorrido sus calles siempre pletóricas de gente, y sus mercados que rebosan de todas las delicias de la vida”. Así describió esta ciudad, el año 1383, Ibn Jaldun, uno de los más importantes pensadores musulmanes de todos los tiempos, nacido en Túnez, de origen andalusi. Algunos de estos rasgos han permanecido desde su fundación en el año 969 por el Califa fatimí al-Mu'izz li-Din Allah.

Puede que ya no sea la madre del mundo pero cada día es más hormiguero humano, con unos 22 millones de habitantes en su área metropolitana, que se hacinan sobre miles y miles de casas a medio terminar que se encaraman unas encima de otras, como la hiedra en las paredes y los muros viejos, impávidos ante el paso de los años.

A caballo entre Oriente y Occidente se convirtió en la Edad Media en punto de encuentro y gran enclave comercial que unía estos dos mundos. A El Cairo llegaban los comerciantes europeos, las caravanas de África, los peregrinos camino de la Meca y los mercaderes de Asia. Ha sido testigo inmutable de una de las más impresionantes civilizaciones de la historia, el Egipto de los faraones; y luego sede de algunas grandes dinastías árabes que allí se asentaron y nos dejaron monumentos de impresionante belleza.

La ciudad es una amalgama de vida, ruido, sonrisas, parloteos, contaminación, caos, deliciosos rincones de los que surgen, casi por ensalmo, mezquitas, palacios, cementerios, ciudadelas, tiendas, bazares, personajes salidos de las Mil y una Noches, aderezado todo con una caótica circulación, bocinazos y transeúntes que se juegan la vida al atravesar las calles, sin perder la alegría que tradicionalmente ha caracterizado a los cairotas.

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Sigue siendo además la capital de mundo árabe, la ciudad que marca el ritmo de sus avances y retrocesos, con esa increíble capacidad para renacer cuando parece que está a punto de hundirse para siempre. Y en todo caso, un espectáculo para el viajero que se adentre en ese laberinto urbano, que nunca deja de fascinarnos.

Jerónimo Páez