Antes de que Barack Obama soñara
siquiera con ser el primer presidente afro-americano de la historia de Estados
Unidos, escribió un libro (Los sueños de mi padre) dónde honraba la
memoria de su padre, originario de Kenia, que lo había abandonado cuando Obama
sólo tenía dos años.
Este fragmento que hemos
seleccionado está extraído del primer capítulo del libro titulado “Los
orígenes”.
“El hecho de que mi padre no se
pareciera en nada a la gente que me rodeaba – que fuera tan negro como un
tizón, mientras que mi madre era blanca como la leche – no me supuso quebradero
de cabeza alguno.
De hecho, sólo recuerdo una
historia que trata abiertamente del tema de la raza. Conforme fui
creciendo se fue repitiendo más a menudo, como si plasmara la esencia del
cuento moralizante en que se había convertido la vida de mi padre. Según esa
anécdota, mi padre había ido a reunirse, después de haber estado estudiando
durante muchas horas, con mi abuelo y varios amigos en un bar de Waikiki. Todo
el mundo allí estaba alegre, comían y bebían al son de una guitarra snack-key,
cuando abruptamente, un hombre blanco le dijo al camarero, en un tono lo
suficientemente alto como para que todo el mundo lo oyera, que él no tenía
porqué estar tomándose una copa “al lado de un negro”. En la sala se hizo un
profundo silencio y la gente se volvió hacia mi padre esperando que hubiera
pelea. Por el contrario, mi padre se levantó, se le acercó y, sonriendo, empezó
a sermonearle sobre el disparate de la intolerancia, la promesa del sueño
americano y los derechos universales del hombre. “Aquel tío se sintió tan mal
cuando Barack terminó”, decía el abuelo, “que se metió la mano en el bolsillo y
le dio a Barack cien dólares allí mismo. Dinero que sirvió para pagar todas las
copas y puu-puus (aperitivos, en Hawai) que tomamos esa noche, y también
para lo que faltaba del alquiler mensual de tu padre”.
Durante mi adolescencia llegué a
tener dudas sobre la veracidad de esta historia y la aparqué junto con las
demás. Hasta que recibí una llamada telefónica de un japonés americano que
afirmaba haber sido compañero de clase de mi padre en Hawai, y que ahora
enseñaba en una universidad del medio oeste. Fue muy amable, dijo sentirse un
poco incómodo con su atrevimiento; me explicó que había leído una entrevista
mía en un periódico local y que
al ver el nombre de mi padre le vinieron un montón de
recuerdos. Más tarde, durante el curso de nuestra charla, repitió la misma
historia que mi abuelo me había contado: la de aquel blanco que había intentando
comprar el perdón de mi padre.
“Nunca olvidaré aquello”, me
comentó por teléfono, mientras percibía en su voz el mismo tono que le había
escuchado al abuelo tantos años atrás, aquel anhelante tono de incredulidad, y
de esperanza”.
(Los sueños de mi padre,
Barack Obama, Almed, 2008, pp. 10-11)
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